sábado, julio 16, 2005

Un brindis

Ligeramente opalescente, persistente, entre petróleo y tiólico, con un matiz graso y sin duda un sabor muy largo y más bien duro. El delicioso trago de agua del pantano de Iznájar provoca en el paladar una agradable sensación única, exclusiva… sensual. Su concentración de terbutilazina consigue aunar en el vaso un conjunto de estímulos y matices difíciles de clasificar, por complejos. Al principio… el cosquilleo en la campanilla, posteriormente su irritación y desecación; a la par esa caricia en la cara superior de la encía, a la que horada con mimo, como una cariñosa y amante daga; mientras, la lengua se debate en un festival de emociones: allí la somera corrosión, allá el desprendimiento de papilas, acullá la insistente punzada; la glándulas salivales no se mantienen ajenas al carrusel sensitivo, e incluso se tornan manantiales de riachuelos anti-plaga que corren por los carrillos erosionando la dentadura con alegre compás.

La delegación de salud de la Junta de Andalucía y la Empresa Provincial de Aguas han realizado una excelente labor con este moderno proyecto que pretende promover la creatividad entre los agricultores en torno al mundo de la cata de agua. Los olivareros de la campiña cordobesa han conseguido elaborar un líquido de crianza que sin abandonar la tradición bien puede calificarse de vanguardista. La adición de herbicidas mantiene la esencia del agua, que se desprende de parte de una pureza demasiado rancia y ortodoxa para ganar en profundidad. Cierto es que la red de distribución de los pueblos no parece el recipiente adecuado para disfrutar de esta ambrosía, por lo que recomendamos se deje reposar en tonel oxidado y siempre en un lugar húmedo y sucio.

Esperemos que el celo de las autoridades sanitarias no estropee finalmente un logro del que debemos estar orgullosos todos los cordobeses. Alcemos nuestras copas de agua del pantano de Iznájar para brindar por las Tres Inculturas.

viernes, julio 08, 2005

Belleza incomprendida

Tienen los nuevos jardines de Córdoba la singularidad de estar hechos de cemento y granito, materiales que se adaptan a las características del clima en estas latitudes, realzándolas acaso en forma de homenaje. Así, el viandante desprevenido puede tener vivencias con las que jamás podría soñar en otras zonas verdes quizá mejor planificadas pero sin duda menos divertidas. Ora en Miraflores, ora en el Plan Renfe, ora en Gran Vía Parque; el carrusel de la deshidratación, el tobogán de la insolación, la colina del síncope, la casa de la asfixia o el slalom de la carne quemada se convierten en atracciones discretas que consiguen hacer de estos lugares los propicios para ser reptados. Nada hay más romántico en la ciudad de las Tres Inculturas que observar a una joven pareja arrastrándose cogidos de la mano mientras tratan de llegar a una fuentecilla para calmar su sed con un chorrito de agua hirviendo.

Córdoba es también la ciudad de la ciencia, y así lo demuestran los bancos situados en estos jardines, expuestos a temperaturas cercanas a los 70 grados, donde se coloca a los ancianos para observar democráticamente su descomposición en vivo. Córdoba es también la ciudad de la naturaleza, y a falta de algún árbol que pueda dar sombra, los nuevos parques son ricos en seres menospreciados y marginados que el Ayuntamiento ha rescatado de sus ghettos de manera ejemplar: la chinche, el piojo, la cucaracha, el alacrán y diversas mutaciones de ácaros componen una reserva poco valorada y sin embargo riquísima. Córdoba es también la ciudad del turismo, y el peculiar carácter de sus zonas verdes actúa como conductor de las masas de visitantes hacia el casco histórico, donde las callejuelas les permiten desfallecer lejos de la mirada de los curiosos. Córdoba es también la ciudad del deporte, y el inquieto corredor de fondo sólo necesita ponerse el meyba y las tenis para hacer su maratón de las arenas, en este caso de las losetas al rojo. Córdoba es, en suma, la ciudad del saber, y si en otros lares los poetas escriben sonetos a los almendros en flor, el azahar o la amapola, los versificadores tienen aquí la oportunidad de inspirarse en motivos mucho más grandilocuentes, literarios y propios de un digno discípulo hodierno del gongorismo: el infierno, el fuego y los efluvios del averno… ¡Oh Hades!

Sorprendentemente, estos diseños del futuro siguen sufriendo la incomprensión de aquellos que prefieren la rancia umbría a la moderna solana, el arroyuelo a la vanguardista grieta en la tierra seca, el trasnochado rumor de las cascadas al ritmo actual del golpe de calor. Esos espíritus toscos jamás podrán apreciar la belleza de la lámina de hormigón armado en la que poder freír un huevo.

miércoles, julio 06, 2005

Una denuncia

Los presupuestos participativos del Ayuntamiento de Córdoba se pusieron en marcha hace unos años con bastante éxito de crítica –por parte de sus organizadores- y un estrepitoso fracaso de público. En las ediciones anteriores participaron cuatro personas y media, y no porque las estadísticas coloquen ahí un 0’5, sino porque el portero del centro cívico donde se celebraban las reuniones, y al que también consideramos ciudadano porque en El Perol Sideral no marginamos a la plebe, entraba y salía de la sala para abrir la puerta del lugar a las alumnas octogenarias de los cursos de danza del vientre.

Los presupuestos participativos consisten en que los habitantes de un barrio determinado votan para hacer una lista de demandas urgentes. El Ayuntamiento toma nota y envía a continuación una avanzadilla de técnicos encabezados por el concejal de urbanismo, Andrés Ocaña, o la de Infraestructuras, Rosa Candelario, para que se den una vuelta por la plaza central del sitio mientras estrechan las manos de los aborígenes allí reunidos. Por un proceso matemático complejísimo, las obras que requerían celeridad en su realización se transforman en otras y, por ejemplo, si los vecinos de Fátima necesitaban farolas, los de la Huerta de la Reina obtienen dos años más tarde un recinto para que defequen los perros. Pero esto ya son cuestiones científicas en las que no entramos. Los designios de los números son inescrutables.

Ahora el Ayuntamiento pretende extender los presupuestos participativos a los niños, con lo que los pequeños pueden familiarizarse así con la parálisis de Córdoba desde edades muy tempranas, haciéndose senequistas con carné infantil. Esto nos parece hasta bonito. Sin embargo, la propia esencia del proceso se basa en la ausencia, valga la casi redundancia, de gente en las votaciones, o sea, en hacer novillos, la rata, pellas… Y si los niños, a la postre, aprenden a escaquearse de clase gracias a la labor del propio Ayuntamiento: ¿quién le pegará a los maestros?

El profesorado tiene una ardua labor, por ello necesitan tres meses de vacaciones para recuperarse, y ese trabajo ha de tener compensación. Cuando un tierno infante asimila las enseñanzas de la Logse deja su impronta a modo de suela de zapato dibujada en el rostro del maestro, que así sabe que ha cumplido con su quehacer en el maravilloso mundo del conocimiento humano. El consistorio, a través de los presupuestos participativos infantiles, puede hacer que nuestras jóvenes generaciones ni tan siquiera acudan al colegio para partirle la cara al profesor, con lo que se rompe el ciclo. Este texto pretende ser una grave denuncia: Rosa Aguilar está dinamitando el sistema escolar español desde dentro.

Apesadumbrados a la par que inquietos, conminamos al Foro de la Familia a que se manifieste el próximo sábado en los jardines del Plan Renfe, póngamos a las 16:00, cuando suele correr una brisa muy fresca por sus frondosos corredores de sombra.